PERRA VIEJA
Pues sí.
Esa, soy yo.
36 años. No es mi mejor foto, ¡PARA NADA!
Sin filtros, sin vergüenza, con el maquillaje de la mañana, a las 8 de la tarde… Con mis ARRUGAS, que por suerte o por desgracia se marcan mucho cuando sonrío, y no pienso dejar de hacerlo. Ya no son primeras líneas de expresión, por desgracia, para los cánones de belleza estipulados que, la verdad y aunque suene mal, cada día me importan menos, y por suerte, porque marcan cada año de mi vida, marcan cada noche sin dormir, cada problema vivido, cada sufrimiento, cada alegría, porque las arrugas que más me gustan son las de la sonrisa, y esas arrugas marcan cada evento importante, cada embarazo, cada esfuerzo en cada parto, que no solo dejaron arrugas, sino también cicatrices y muchos, muchos cambios…
36 años, parece mentira, porque si digo la verdad, no siento esos años a mis espaldas, es más, ¡creo que acabo de empezar a vivir! He cumplido muchas metas, he ganado años y con ellos, he ganado madurez, experiencia, vivencias, incluso autocontrol, y no sabéis lo bien que sienta.
En los últimos años he aprendido mucho, sobre las personas, la familia, sobre las vivencias, sobre sufrir, porque con los años me he hecho más sufridora, o puede que tenga que ver con el hecho de ser madre… ya no lo sé.
Cuando echo la vista atrás, me doy cuenta de cuantos errores he cometido y que me hacen ser la persona que hoy soy. Que el tiempo es oro, que la vida pasa muy rápido... demasiado.
Durante mi vida he ido conociendo a muchas personas y cada vez mejoro más respecto a la puntería. A día de hoy, tengo a quién quiero tener a mi lado y esas son las personas que me aceptan, con mis muchíiiiiisimos defectos y mis virtudes.
Soy cabezota, me siento un puente entre dos mundos ¿y sabéis qué? Que no logro dar un paso para llegar a un extremo o al otro, y he aprendido a vivir con ello, porque yo soy así, y es algo que no he podido cambiar, solo los años me darán respuestas, pero por ahora me acepto. Soy muy organizada y cuando se trastocan los planes, los años me han hecho ver que no es para tanto, que no pasa nada, que se reorganizan y ya está. Incluso he aprendido a improvisar.
Las etapas e incluso algunas relaciones, las he ido cerrando cada vez con menos ira, eso sí, dando un portazo y sin mirar atrás. Lo que no pudo ser, no pudo ser y se acabó, se abre otra puerta y se cruza sin miedo, aunque a veces, llegue con dudas. Acercándome a todo lo que me aporte risas, belleza, sabiduría, o amor. Ese lugar reservado a personas que se lo merecen, porque les importamos y el hacernos daño es lo último que harían.
¿Suena egoísta? A mí me suena muy coherente. Y algo esencial y que me ha ayudado a dormir muy tranquila es que ha dejado de importarme lo que la gente piense de mí, porque no es mi problema.
El tiempo me ha dado muchas habilidades y supongo que todas las que estén cerca de mi edad o por encima se sentirán identificadas, “perra vieja” ;) dice la sabiduría popular….
A mi edad ya no hay medias tintas, he aprendido a estar en la situación y a no esperar una llamada que tarda o un mensaje que no viene de vuelta. ¡No sirve para nada, solo para perder energías!
La ansiedad por lo que pueda pasar no se me ha quitado todavía, eso sí, no me desconcentra, estoy aprendiendo a “dejarme llevar”.
Este año he vivido momentos muy muy duros respecto a la salud de un familiar extremadamente importante e imprescindible en mi vida, y la vida me ha demostrado que existen los milagros, he afianzado mucho más mi fe y me enorgullezco enormemente.
Otra de tantas cosas que he ido aprendiendo, es que no pierdo el tiempo resolviendo malentendidos por discusiones que no terminaron resolviéndose, ¿para qué? La vida me ha enseñado que para nada.
Los años, dos hijos pequeños, el trabajo a jornada completa, la casa, ser mujer en general, me ha llenado de cicatrices, de cansancio acumulado, pero de una fuerza y experiencia que me asombra, ver como cosas que antes eran un mundo infinito para mí, de repente se han convertido en nimiedades.
Y que gusto da, ser auténticamente lo que una es, es un placer quedar con alguien para hacer planes y no estar pensando en qué hacer o qué decir para agradarle. Es un verdadero placer porque de repente te importa lo que sucede a tu alrededor y no lo que pasa por tu cabeza una y otra vez.
Es un placer quedarse con las pequeñas cosas de la vida, de verdad que son las que más me aportan, y no necesito demasiado para ser feliz, no necesito más que estar con mi gente, salud y cuatro cañas con muchas risas.
Es un placer tener amistad, amistades de las de verdad, de las de toda la vida, o no, o de las de hace unos años, hace unos meses… abrirse a un mundo nuevo, conocer otros lugares, conocer otras culturas, no rechazar a nadie, ni por su color de piel, nacionalidad, ni por su identidad sexual, ni por sus creencias o ideales políticos, si de algo estoy orgullosa es de no crearme prejuicios con nadie, siempre intento entender la situación de todo el mundo, incluso de los que “no me pueden ni ver”, mi marido con los años y casi sin darse cuenta me ha enseñado que la empatía es lo más importante en el ser humano y es una de las cosas que más le agradezco, gracias por aportarme tanto después de 20 años.
Es un verdadero placer hacer bromas y que las otras personas las sigan, es un placer sonreír y que te sonrían, preguntar y que te pregunten cómo estás, es un placer que te hagan cumplidos, que te digan que te han echado de menos y cuándo volveréis a veros. Que te abracen, que te digan que te quieren. Que te escriban sin importarles que solo haga unos minutos que os despedisteis. Es un placer dar y recibir, no medir el cariño.
No tengo miedos, que no sea la falta de salud de los míos. No tengo miedos a decir quién soy, cómo soy, no tengo miedos a mostrarme tal cual soy, tengo tanto amor y tanta suerte en ese aspecto, que ya no tengo miedo de nada ni de nadie.
Gracias a todos, los que estáis, los que estabais pero decidisteis que ya no, los que nunca habéis estado, y los que seguís y seguiréis en mi camino.
Aunque queda mucho por pulir, me siento orgullosa de la familia que he formado y la mujer en la que me he convertido. Como siempre aprendiz de todo, maestrilla de nada y en constante aprendizaje, la vida enseña mucho.
36 no son nada. Y lo son todo.
¡A por ellos!